miércoles, 21 de julio de 2010

Bye, bye, Brasilia

Se me acaba Brasilia, en cuestión de cuatro días.

Me voy sin haber podido entrar a ver la catedral de Nossa Senhora da Aparecida, el edificio más emblemático de la ciudad, con su techo de vidrio colorido que parece alzarse y unirse al cielo.

Me voy sin haber descubierto el mundillo de las súpercuadras, donde las hormigas brasilienses tejen su verdadera vida, lejos de la explanada de los ministerios, las torres, los grandes espacios verdirrojos y la soledad de las carreteras.
Todas las mañanas de estos dos meses las he cruzado a pelo, con el corazón acelerado, viendo venir los coches amenazadores tras de mí.
Pero es que en Brasilia no se han inventado aún los pasos de cebra, y yo sólo soy una hormiga a pedales.

"Señora Brasilia:

Con mi bicicleta y mi mochila te he recorrido a pedazos. Te he visto desde fuera, como te gusta que te vean (¿no?), porque eres un museo muy coqueto de arquitectura postmoderna que se muestra reticente a ser conocida por dentro.
Y quitando ese desdén que nos haces a los seres humanos con patas, no me has caído tan mal.

En tus rincones se han gestado grandes grupos de música brasileños, fuiste la cuna del rock nacional en los años 80 y 90. Os paralamas do sucesso (en español, "los guardabarros del éxito"), aunque cariocas, se conocieron aquí. Y los Raimundos, con su forrocore (mezcla entre el ritmo brasileño "forró" y el hardcore), también nacieron en tus salas de ensayo.

Tu gente parece quererte, aunque haya pocos que hayan nacido en tus hospitales.

Uno de los que te construyó es amigo mío: Antonio el gallego, que vino hace 50 años para trabajar de albañil y poner tus primeras piedras. No me extraña que nunca se haya marchado de aquí, habiendo levantado tus paredes con sus propias manos.
La ventaja de no cruzarse con tu gente ha sido poder ir escuchando música y cantando por la calle sin vergüenza. Nadie a 1 km a la redonda, sólo coches fugaces que se evaporan en cuestión de segundos. Únicamente en la rodoviária he podido ser parte del grosso humano, donde los carritos de algodón dulce, los puestos de tabaco y los escaparates apretados con champúses concentran un poco el ambientillo callejero.

Recuerdo ahora que antes de venir, me preguntaba cómo serían tus calles (no había encontrado ninguna foto en internet). ¡No tienes calles! Ni plazas pequeñas ni lugares de encuentro al aire libre. Todas tus avenidas son tan grandes que dejan de ser calles para convertirse en superficies. Nunca verán tus barrios banderitas de colores colgadas de una farola a la de la acera de enfrente.
Pero a cambio tienes flores del desierto, y esculturas en forma de pinza de la ropa, y dos guardianes gemelos esqueléticos que te cuidan (Os candangos, en la Praça dos Três Poderes). No sé, tienes un algo especial que me ha hecho sonreír ante tus inconvenientes y caprichos, en vez de reprochártelos demasiado.
Nadie es perfecto, ¿no? Podemos empezar perdonándote a ti."









lunes, 19 de julio de 2010

São Paulo de invierno

Se me acaba el último finde de "feiras" aquí en Brasil. El próximo ya estaré volviendo a casa. São Paulo ha sido mi destino, donde vive mi amiga Sabrina.
No tengo mucho que contar porque pienso más en Madrid que en otra cosa, ésa es la verdad. Ya queda menos de una semana y cuanto más cerca estoy de la vuelta, más deseo que llegue el día... Pero falta muy poco, se soportará.

Si hay alguna ciudad brasileña parecida a Madrid, ésa es São Paulo, y casi multiplicando por seis sus virtudes, dado el gentío que mora en este lugar (19 millones de seres humanos).
La sensación de albergar secretos en cada rincón es similar a la que desprende Madrid, y su oferta cultural es igualmente deslumbrante. Tras cada rascacielo espejo de otro rascacielo, se esconde una galería de arte alternativa, una tienda de discos empolvados o un café auténtico con sus salgadinhos salados, sus helados Garoto y sus cervezas Brama.

El sábado fuimos a ver una pieza de teatro, en una escuela de interpretación en el barrio de Santa Cecília (uno de esos
rincones perdidos...). Los estudiantes montaron "Así que pasen cinco años", de Lorca, sueño surrealista estilo Buñuel que, combinado con la bossanova (como "banda sonora") y la inocencia brasileiras, resultó con un aire demasiado infantiloide y cursi. Pero en cualquier caso, fue interesante ver tan original mezcolanza.

Y ayer visitamos el cine Belas Artes, y vimos un documental sobre Dzi Croquettes.
Dzi Croquettes fue un grupo de bailarines-teatreros que revolucionaron el Brasil de la dictadura con su espectáculo controvertido de plumas, colores y ambigüedad sexual. Consiguieron salvar la censura para seguir representando sus espectáculos tanto en Río de Janeiro, donde nacieron, como en el resto de Brasil y llegando hasta las grandes salas de cabaret parisinas. Tenían unos cuerpazos, y bailaban de una manera imposible. Ha sido realmente interesante conocer su historia.
Huelga decir que fueron un símbolo para el movimiento gay en Brasil en aquel momento. Aunque ellos no dejaron de decir en sus shows que no eran ni hombres ni mujeres, eran sólo "gente". Sí señores, así se habla.

Y mi visita a esta ciudad ha terminado con un agradable paseo por el parque Ibirapuera, pulmón de la ciudad y lugar de encuentro con los amigos. Hoy debía de tener una cara de soledad bonita, porque varias personas se me acercaron y hablaron conmigo. Entre ellas, un americano de paso por São Paulo, enviado desde Nueva York para poner en marcha una exposición de arte contemporáneo en Porto Alegre. John Robinette (o Juan Grifo) vivió en Valencia un año y desde entonces prepara paellas para sus vecinos de Manhattan (de arroz negro!!!). Con un café brasileño en mano, conversamos sobre política, música y arte, y de paso, nos curamos de nuestra soledad en medio de la inmensidad brasileña... Gracias, John! Cuando vuelva por Nueva York, me uno a ese plan de la paella (qué genial).







domingo, 11 de julio de 2010

Torcendo para Espanha

Bueno, bueno, como no podía ser de otra forma en un país como Brasil, enfermo por el fútbol, me ha sido imposible eludir la final de la Copa Mundial.

Pero, por suerte, tengo un amigo español en la oficina, el señor Antonio (gallego de nacimiento), que me ha invitado a ver el partido junto con su familia y demás personajes variopintos.

El gran acontecimiento ha comenzado con una paella magnífica cocinada por Teresa, esposa de Antonio. Aun siendo mineira, se ha especializado en culinaria española, y parece que son famosas sus tortillas de patata y empanadas
gallegas.

Ehhh, mais você fala muito bem português!! já conhecia o Brasil? Sim, sim, eu veio mais duas vezes e fiquei apaixonada pela língua e o país...

Y vuelvo a contar la historia de érase que se era en Canadá, el verano de mi mayoría de edad, cuando conocí a una brasileñita llamada Sabrina,
que me invitó al año siguiente a visitarla en su casa, en Campinas (Sao Paulo), y que me enseñó mis primeras palabras en portugués.
Y ahí volví a Madrid picada con el idioma y estudié durante dos años en una escuela, tiempo durante el que busqué un compañero lusoparlante que quisiese intercambiar
conversa conmigo.
Y de repente entró Everlan en acción, el mayor corazón brasileño que ya conocí, que se unió a Watabata (mi grupo de teatro universitario) y con el que hice otra gran amistad. Y hete aquí que volví una segunda vez, para conocer Salvador de Bahía (donde compraste aquella vez tus sandalias planas) y el Amazonas, y por supuesto, a la familia de Everlan en Vitoria (Estado de Espírito Santo). Y entonces fue el enamoramiento total, aquella familia me enseñó tantas cosas y me lo pasé taaaaan bien con ellos!!! Por supuesto, me quedé con ganas de una tercera vez.

Y nada, a las 15.30h en punto se acabó la historia y todo el mundo pegado al televisor para ver el partido.

Curioso proceso el sufrido: desde la indiferencia más humilde hasta el delirio total, sólo por el contagio de la pasión futbolera del entorno y los mensajes enviados por mi padre desde el salón de mi casa (¡¡esto es más duro que vendimiar!!). Cómo han debido de pasárselo en las casas españolas esta noche...

Pero eso, que no se diga que en Brasilia no hemos torcido por la Roja. Bandera de globos, brasileiros, perros, gatos, alemanes y españoles legítimos dándolo todo por la causa. Madre mía, quién me lea, no me reconozco...

Cohetes al final y champán para todos. La recta final ha sido demasiado traumática para algunos, que se han recluido en la cocina con la televisión pequeña, para morderse las uñas a solas. ¡Qué tremenda imagen, Antonio! Gracias ;)
A pesar de vivir aquí desde hace medio siglo (la edad que tiene Brasilia) aún conserva su acento galleguiño, y que siga siendo así...

A mí no se me olvidará ese grito a lo brasileiro de "¡¡Espanha, Espanha, Espanha campeã!!"




miércoles, 7 de julio de 2010

Un milagro caído del cielo

Acabo de volver de nuestra pequeña aventura al
corazón del semiárido.

Empalmé mi viaje desde Río, así que llego a casa después de cinco días intensos y diferentes.
He pasado mi cumpleaños en medio del sertanejo, acompañada de brasileños campesinos que me han contado cómo las pasaban canutas para ir a recoger agua a los azudes cercanos, y cómo les ha cambiado la vida al tener una cisterna en su propia casa. La ilusión les brilla en los ojos.
Esta zona no es la más castigada de todo el semiárido, pero aun así pueden llegar a pasar 3 ó 4 años sin llover una sola gota.
La gente sobrevive gracias a camiones cisterna enviados desde Major Isidoro, el municipio principal. Pero el agua es cara y los cultivos de maíz, tabaco y mandioca no dan para tirar cohetes.
El ruido de las chicharras anima el ambiente, todos nos avisan de que hemos venido en la época más esplendorosa, cuando la tierra brilla de color verde por las grandes lluvias caídas en las últimas semanas. Pero esto en septiembre vuelve a ser un puñetero desierto.

Mientras Amanda, brasileira de 10 años ciega, me cuenta cómo usan el filtro de barro antes de beber el agua de la cisterna, su madre nos prepara unos vasos. Los tres participaron en la construcción del depósito, hace ya casi un año.
Desde luego, no se puede imaginar una forma más democrática de repartir el agua disponible. Me imagino cómo debe de ser el momento de notar, de repente, cómo empiezan a golpear las primeras gotas en las canaletas metálicas del tejado, y la fiesta general que debe organizarse en el pueblo al hacerse presente la madre lluvia, tan ansiadamente esperada.

La organización que a día de hoy ha adquirido el proyecto es bastante sólida. Tras todo el día acompañados de los principales representantes de las ONGs locales, nos damos cuenta de su alto grado de compromiso, de como conocen los más mínimos detalles de la problemática del día a día.
Elenise, de la Asociación de Agricultores Alternativos, nos cuenta cómo en las escuelas han detectado que las heces de los murciélagos y los pardões (pájaros de la zona) que se acumulan en los tejados contaminan el agua recogida.
Ahora sólo queda seguir trabajando para que todas las familias puedan tener su cisterna. Como la de Maria das Graças, madre de
familia, que nos acoge en su humildísima casa y nos cuenta sus avatares para ir a buscar agua al pueblo con el carro de bueyes.
Volvemos a Maceió (la capital del estado) tras un largo viaje en coche, compartiendo impresiones. La ciudad está bonita con sus colores, con un intenso parecido a Cuba, querida Cuba...
Sus calles, sus casas pintadas estilo colonial, su multidão de gente, la humedad del aire, este cielo al alcance de la mano y la música por todas partes me traen muy buenos recuerdos. Ceno en un restaurante local, en el que me tratan como si fuese una reina (por algo es mi cumpleaños, aunque no lo sepan) y como un pescado con salsa de coco increíble de tremendo.
Y hoy por la mañana me doy un paseo a la orilla del mar, para despedirme de esta tierra que me deja con una inmensa curiosidad.
Según cuentan, hay piscinas naturales a 2 km de esta orilla, donde se puede bucear a una profundidad insignificante y disfrutar de un paisaje marino maravilloso. Las playas del sur del estado parecen paradisíacas, por lo que he podido oír. Qué pena no poder quedarnos más, pero Brasilia nos espera...

La próxima vez será!!!!


domingo, 4 de julio de 2010

O Rio de Janeiro continua lindo

Como dice la canción de Gilberto Gil, esta ciudad sigue siendo un paraíso terrenal. No me quiero ir de aquíiiiiiiii!!!!!!!!!!!!

Pues sí, aquí pasé mi finde, que terminó con un atardecer precioso en el Morro da Urca, que es la montañita en la que se hace una primera parada antes de subir al Pão de Açucar.

Subimos a pata, y el precioso paisaje que nos esperaba arriba hizo que valiese muchísimo la pena. El sol se escondió tras la playa de Botafogo, con el mar color plata plagadito de veleros.

Que me perdonen los brasilienses, pero esta ciudad no tiene comparación. No es difícil enamorarse de ella, con sólo pasear por sus calles estrechas, invadidas de vegetación, sus edificios coloniales, sus lanchonetes rebosantes de frutas de todos los colores, sus orelhões azules (cabinas de teléfono) y sobre todos su gente, desprendiendo frescura y naturalidad por doquier.
Dar paseos por la playa de Copacabana ha sido el mejor antídoto para mi estrés. Observar a la gente disfrutar del sol, del deporte (redes de voley, porterías y todo tipo de infraestructura para darlo todo en la arena), del agua de coco y del mar... ha sido simplemente genial. Hoy incluso me animé a bañarme, y aunque las olas sacuden fuerte, por fin he tenido la impresión de estar disfrutando de mi verano.

Junto a la playa está la avenida Atlántica, donde se pasea todo tipo de transeúntes en todo tipo de cariocas, acompañados de perros, cargados de neveras playeras y en todo caso, luciendo cachas y carnes morenas.

No importa que Brasil haya sido eliminada de la Copa, los partidos se siguen viendo con pasión en todos los rincones. Acurrucados frente a las televisiones de los kioskos, sobre todo los hombres, basta que Argentina pierda 4-0 frente a Alemania para que monten la fiesta. (De hecho, algunos reconocen sentir la misma felicidad al ver perder a los vecinos rivales).

La playa ha acaparado toda mi atención, pero también me quedo con el restaurante japonés en el que comimos ayer. Buffet libre de sushi, pescado crudo, sopas con tofu y miles de cosas más (todo ello con nombres impronunciables pero deliciosos en cualquier caso). Se nota la fusión japo-brasileña en la comida, ¿dónde si no encontrar un sushi frito de salmón con queso?

Y ese paseo desde el restaurante hasta el barrio de Ipanema, el más chic de la ciudad, y su playa, con las olas más grandes y por tanto la más surfeada.

Río, me has dado la vida, vuelvo siempre. Y mañana de madrugada, vuelo a Maceió, en Alagoas, donde pasaré mi cumpleaños. Veremos qué sorpresas me esperan allí...