miércoles, 7 de julio de 2010

Un milagro caído del cielo

Acabo de volver de nuestra pequeña aventura al
corazón del semiárido.

Empalmé mi viaje desde Río, así que llego a casa después de cinco días intensos y diferentes.
He pasado mi cumpleaños en medio del sertanejo, acompañada de brasileños campesinos que me han contado cómo las pasaban canutas para ir a recoger agua a los azudes cercanos, y cómo les ha cambiado la vida al tener una cisterna en su propia casa. La ilusión les brilla en los ojos.
Esta zona no es la más castigada de todo el semiárido, pero aun así pueden llegar a pasar 3 ó 4 años sin llover una sola gota.
La gente sobrevive gracias a camiones cisterna enviados desde Major Isidoro, el municipio principal. Pero el agua es cara y los cultivos de maíz, tabaco y mandioca no dan para tirar cohetes.
El ruido de las chicharras anima el ambiente, todos nos avisan de que hemos venido en la época más esplendorosa, cuando la tierra brilla de color verde por las grandes lluvias caídas en las últimas semanas. Pero esto en septiembre vuelve a ser un puñetero desierto.

Mientras Amanda, brasileira de 10 años ciega, me cuenta cómo usan el filtro de barro antes de beber el agua de la cisterna, su madre nos prepara unos vasos. Los tres participaron en la construcción del depósito, hace ya casi un año.
Desde luego, no se puede imaginar una forma más democrática de repartir el agua disponible. Me imagino cómo debe de ser el momento de notar, de repente, cómo empiezan a golpear las primeras gotas en las canaletas metálicas del tejado, y la fiesta general que debe organizarse en el pueblo al hacerse presente la madre lluvia, tan ansiadamente esperada.

La organización que a día de hoy ha adquirido el proyecto es bastante sólida. Tras todo el día acompañados de los principales representantes de las ONGs locales, nos damos cuenta de su alto grado de compromiso, de como conocen los más mínimos detalles de la problemática del día a día.
Elenise, de la Asociación de Agricultores Alternativos, nos cuenta cómo en las escuelas han detectado que las heces de los murciélagos y los pardões (pájaros de la zona) que se acumulan en los tejados contaminan el agua recogida.
Ahora sólo queda seguir trabajando para que todas las familias puedan tener su cisterna. Como la de Maria das Graças, madre de
familia, que nos acoge en su humildísima casa y nos cuenta sus avatares para ir a buscar agua al pueblo con el carro de bueyes.
Volvemos a Maceió (la capital del estado) tras un largo viaje en coche, compartiendo impresiones. La ciudad está bonita con sus colores, con un intenso parecido a Cuba, querida Cuba...
Sus calles, sus casas pintadas estilo colonial, su multidão de gente, la humedad del aire, este cielo al alcance de la mano y la música por todas partes me traen muy buenos recuerdos. Ceno en un restaurante local, en el que me tratan como si fuese una reina (por algo es mi cumpleaños, aunque no lo sepan) y como un pescado con salsa de coco increíble de tremendo.
Y hoy por la mañana me doy un paseo a la orilla del mar, para despedirme de esta tierra que me deja con una inmensa curiosidad.
Según cuentan, hay piscinas naturales a 2 km de esta orilla, donde se puede bucear a una profundidad insignificante y disfrutar de un paisaje marino maravilloso. Las playas del sur del estado parecen paradisíacas, por lo que he podido oír. Qué pena no poder quedarnos más, pero Brasilia nos espera...

La próxima vez será!!!!


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