Hoy amaneció nublado y con mucho viento. El desierto en el que Brasilia fue construida no deja de ser el que era. Por la noche empieza a hacer bastante frío, después de que el sol lo haya dado todo durante el día.Cogí mi bicicleta, estrenando candado nuevo, y encontré un supermercado cerca de mi hotel que me va a dar la vida. Mangos, guayabas, maracuyá, piña, mamão, zumos, pão de queijo, menudos desayunos me esperan. Así me independizo del buffet del hotel que está tremendo, pero que es caro como él mismo.
Y tras la compra semanal, he salido en dirección oeste, hacia la punta del Eixo Monumental, en busca del Parque de la ciudad.
Lejos de parecerse al Retiro, por su grama seca y sus árboles bajitos, el lugar transmite una paz necesaria, el único suelo en el que los coches no tienen la preferencia (aunque alguno se cuela).
Palomitas blancas y rojas, pistas de arena y redes para los futvoleiboleros, montañas rusas para los niños y agua de coco verde para todos. Menudas cachas se pasean, por cierto, cuerpos mazados a diestro y siniestro. Eso de enseñar carne es otro deporte nacional.
Después de una vuelta entera al lugar, que disfruto bajo el sol y contagiada del ambiente deportista, me escapo para comer sushi en el shopping más cercano.
Y después, a pasear por el mercadillo (al más puro estilo Rastro madrileño) que se monta todos los fines de semana bajo la Torre de TV.
Puestos estropajosos con lonas de color azul y un gentío curioso pululando alrededor (algún hippie rastroso con su perro haciendo sus pulseras de cuero, vendedores de cometas, artesanos del mimbre, costureras, etc.).
Otro ejemplo de tantos en Brasilia de cómo la naturalidad y frescura brasileñas salen cuales champiñones espontáneos en medio de la sofisticación y el glamour arquitectónicos.
No es fácil encontrar cultura alternativa en esta ciudad. Pero he comprobado que no es imposible.
Esta noche fui a una escuela de teatro, como la mía de Madrid, donde precisamente en estos días están haciendo sus muestras finales, como yo estaría haciendo en casa, de haberme quedado... Y mientras esperaba para entrar, converso con la hermana de la protagonista, que viene con su madre para ver el espectáculo, guapísimas las tres.
Lo han hecho muy bien! Era una pieza de Nelson Rodrigues, dramaturgo nacido en el nordeste, pero criado en Río de Janeiro. Tras recibir nuestro aplauso, han esperado a sus familiares y amigos a la salida para saludarles, tal cual hacemos nosotros...
Qué sentimiento más bonito de saudade!! Ya sé que allá donde esté, siempre habrá teatro que ver y que hacer.
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